Como hincha de futbol creo que no vale la pena entrar en discusiones sobre quién tiene más códigos que quién, (la discusión sobre quién es más grande no entra en tela de juicio en este blog). Los código, elementos imprescindibles para descifrar un mensaje, a veces no dejan ver los códigos, elementos indispensable para cifrar un mensaje. La utilización de los ídolos, de los famosos, de los íconos como elementos para certificar un mensaje o sencillamente para validarlo, no es novedad en los procedimientos mafiosos, ni en los políticos, no sé porque se me presentan tan confusamente parecidos. estos métodos a veces no del todo publicos, no dejan de ser evidentes, y, en sí mismos. todo un hecho comunicativo. Pero como ya dije, no quiero entrar en debates que no conducen a nada sobre un deporte en que, sin duda, no se puede evitar la subjetividad.
El mejor jugador es aquel, siendo consecuente con nuestra subjetividad, que nos da más alegrías, que nos arrancó más aplausos y nos dio satisfacción hasta las lágrimas, ese que recordamos con una sonrisa y que algunas vez, pensamos en ponerle su nombre a nuestro hijo (bueno esto es profundamente subjetivo, y para ser realistas en mi caso menos mal que la madre de la criatura puso la couta de cordura necesaria), ese que no juega hoy, ni jugó hace diez años, sino que juega siempre y seguira jugando. Su grandeza, bajo ningún punto de vista, se somete a discusión porque no necesita revalidaciones mediáticas, a ese jugador, sin rostro en la historia del fútbol, hoy le queremos rendir homenaje desde la penya granate de Barcelona, para zanjar disputas sobre códigos y votaciones, sobre presentes y pasados, sobre orejones o bocones. Los grandes no requieren más presentaciones.
